La Catira del General es un maravilloso título porque
evoca el desmadre de mujeres que acompañaban al caudillo en su isla privada.
Sin embargo, no se trata de eso, ni de su consentida yegua, se trata del
encargo de una novela a Camilo José Cela, premio nobel de literatura 1989. En
principio, es una anécdota interesante, pero después se convierte en una obra
sobre las tablas. Escrita con el singular acercamiento que Vidal tiene sobre
los acontecimientos históricos (Diógenes
y las Camisas Voladoras, Compadres), La
Catira del General hace gala del lenguaje culto y sintaxis correcta
evocando, quizás, momentos en donde el venezolano sabía expresarse con calidad
lingüística. No sabemos con certeza que esa fuera la realidad, pero así quiere
creerlo Javier poniendo en boca de sus personajes diálogos inteligentes, de
mucho contenido y tono poético. Al principio, la obra tarda en proponernos el
norte de la evolución de la historia, pero se sostiene porque los narradores
extra-diegéticos hilan fino e impulsan la acción. Una vez planteado el
propósito de los personajes, se allana cualquier dificultad narrativa y fluye
armoniosa hasta el final. Los personajes están concebidos, a pesar de ser
históricos, con la profundidad de la ficción dramática, que los hace más
interesantes. De lo contrario, serían meras radiografías documentales que
parecerían más una crónica que una obra de teatro. Y eso se agradece, pues el
autor no se perdió en el encanto de la anécdota histórica, si no que la supera
con el arte de la dramaturgia.
Volviendo a los personajes, tengo que admitir,
que su verbo es distintivo en cada uno y van desde la prosopopeya de Cela,
pasando por lo escatológico de Pérez Jiménez hasta la candidez del “jefe de los
electricistas”. Indudablemente, el
contrapunteo entre los personajes divierte y hasta arranca risotadas en el
público. Pasa aún más con los cuatro actores.
Voy a empezar por Pérez
Jiménez, cuya interpretación recae sobre Juan Carlos Ogando. Tengo que decir que, sin
conocer al caudillo, sí tenía una idea de su personalidad, dado los relatos de
mi madre. Pues la interpretación de Ogando reafirmó la idea que se sostiene en
mi memoria y eso me gustó. No sólo por el parecido físico, si no por la
desfachatez del autoritarismo que ostenta y la ligereza con la que ve la vida.
Camilo
José Cela, interpretado por Sócrates Serrano, no menos importante que el
personaje anterior, me impresionó gratamente.
Como he visto otros trabajos de
este actor, puedo decir, sin temor a equivocarme, que ha concebido un personaje
tan rico que sobresale. La colocación de la voz, el caminar arrogante y la
gestual de un soberbio, me hablan de un trabajo lleno de compromiso y pasión
por la actuación.
Laureanito
Vallenilla-Lanz no le podía quedar mejor a Gonzalo Velutini. Su prestancia contribuyó una vez más a engalanar la puesta, pero en
la escena final, cuando confronta al dictador, deja de ser un hombre
políticamente correcto, para ser un correcto político. La fuerza sin gritos y
la palabra bien dicha lo posicionan como la consciencia que salvó a un país en
su momento. Esta revelación contra la autoridad es el momento de oro que
Velutini no desaprovecha.
El “General Electric”, como le dice el General,
interpretado por Jan Vidal, es un personaje catalizador que equilibra tanta
aristocracia en la obra. La actuación de Jan es ligera, muy acorde con la
candidez del personaje. A veces pierde la proyección de la voz por el esfuerzo
de no perder la cadencia vocal del personaje.
Nada de morir, simple acotación a
un producto de excelente calidad.
La puesta en escena de Javier Vidal es
limpia, pero adornada con bailes y juegos de dominó que no recargan ni distraen
del verdadero propósito de la obra. Bien estudiada, como suelen ser sus puestas
en escena, en esta oportunidad el discernimiento racional sobresale al sentimental.
Tampoco se trata de un melodrama, pero llama la atención la exposición
discursiva de los personajes plantados frente al público. El carácter
multimedia divide la obra en escenas e ilustra muy bien la época. La dirección
de arte es muy hermosa, aludiendo a la obra de Pedro Centeno Vallenilla, muy
simbólica de los años cincuenta en Venezuela. La producción de Julie Restifo es
acorde con el compromiso asumido, nada de lo anteriormente mencionado tendría
sello de excelencia, si no fuera por su esfuerzo. Y para concluir, me gustó la
reacción del público que, viendo un hecho histórico desde la perspectiva de la
distancia, asume que hay una crítica obvia y necesaria al régimen en que
vivimos actualmente.
Martin Hahn,
2017.
Fotos: Lil Quintero.
Daniel Dannery