martes, 13 de julio de 2021

La lección de Flauta



La lección de flauta es, sin temor a equivocarme, el montaje más flojo de Luigi Sciamanna, junto con 400 sacos de arena . La pieza comienza con el tutor del Príncipe Friederich, interpretado por Antonio Cuevas, que cada tanto irá interrumpiendo la acción dramática con molestas y latosas lecciones históricas, ofreciendo al espectador un innecesario didactismo cargado de petulancia, que van haciendo del primer acto innecesariamente largo. Ya sabemos cómo de largo le gusta de escribir al autor.

Comienza la historia presentando a los personajes principales, Friederich y Johannes Von Katte. Actuaciones correctas. Guido Villamizar y Carlos Manuel González son actores que no aportan más de lo que el director les exige, y puesto que el peso dramático recae sobre ellos en todo el primer acto, se hace aburrida la historia de amor que el dramaturgo va desarrollando. Además de las obvias referencias sexuales con la flauta que torpemente concatena con la atracción sexual de los protagonistas. 

Después de la fuga, entra a escena un nuevo personaje interpretado por Luis Sarmiento. Una suerte de Falstaff, ese personaje de Shakespeare de Enrique IV y V pero sin demasiada gracia, donde la acción dramática pierde norte. Todo va siendo excusa para que los personajes principales se encuentren solos, y consuman su amor carnal. Creo personalmente que no era necesario llegar a ser tan (porno) gráficos.

El segundo acto, lo más flojo de la obra, también lo que más sobra, es una alucinación onírica y surrealista. La escena se llena de oscuridad. Se ennegrece a tal punto que se vuelve caótica sin ninguna justificación. Sciamanna aparece en escena sin ningún propósito. Rafael Monsalve, Sara Valero Zelwer y Margarita Morales cargan la pieza de sombras y tinieblas, pero no tienen propósito dramático. Wilfredo Cisneros la llena de luz, afortunadamente. Este acto es confuso y caótico. Nada tiene sentido desde el punto de vista dramatúrgico. Casi me duermo. 

El tercer acto es el más interesante, comienza con un acalorado debate entre el Rey (Monsalve) y un ciudadano extranjero (Cisneros), y paralelamente entre Johannes Von Katte y un esbirro, interpretado por Sciamanna. El poder y la razón, se enfrentan tras el juicio por sodomía del príncipe. La escena, además de tener un dinamismo excepcional, brilla más con las actuaciones de Rafael Monsalve y Wilfredo Cisneros. Un punto aparte que me hizo ruido es el anacronismo “homosexual”, palabra inexistente hasta la segunda mitad del siglo XIX. La palabra indicada hasta entonces era “sodomita”, en referencia a la ciudad bíblica. La escena de la tortura con el esbirro comienza bien, aunque termina por aburrir, por lo larga. 

Finalmente, el rey dictamina con su autoritario dedo los destinos de ambos. El príncipe llora la muerte de Von Katte, con una imagen despiadada y cruel, puesto que lo hace frente al cadáver de su amado descabezado. La pieza finaliza en alta cursilería con los poemas del príncipe recitados en off, otra escena innecesaria, por demás.

A grosso modo no la recomiendo, entre intermedio e intermedio está cercana a las cuatro horas de pieza, y no a todo el mundo le va bien sentarse tanto tiempo. En el petulante ejercicio del dramaturgo por escribir prolíficamente una historia, que podría bien contarse en mucho menos, Sciamanna se empeña testarudamente, en escribir sus obras más y más largas cada vez. Salí del teatro con gran sofoco.