miércoles, 6 de enero de 2010

No adule, aprecie

Todos los hombres tenemos sueños particulares. Sin embargo, existe uno universal y único: “El deseo de ser grande”, llamado así por Sigmund Freud. El hombre en su mayoría es un ser social, y necesita sentirse importante o apreciado

Ahora ¿Cuál es el secreto de ser grande? La respuesta es más sencilla de lo que nos imaginamos. Lo que nos lleva a ser grandes es la capacidad de relacionarnos con las personas.

Cuando somos sinceros con la gente y aprendemos a apreciarlas en los momentos adecuados, entonces la gente nos considerará como buenas personas y nos apreciarán. Cabe aclarar que no es lo mismo saber cuando decir las cosas buenas de una persona a adularla. La adulación es el decir excesivo e inmoderado de lo que puede agradar a otras personas, no siendo necesariamente virtudes y no diciéndolo por admiración honesta a la persona, sino para obtener un bien material o algún interés oculto.

La lisonjería es una forma egoísta y superficial de ganarnos falsamente a las personas y es al contrario de nuestros propósitos la forma de alejar a los que te rodean. La leyenda urbana venezolana, a diferencia de lo que muchos piensan, nos dice que la expresión venezolana “jalar bolas” proviene de los tiempos de Gómez, cuando los presos estaban encadenados a una bola de hierro. El prisionero para poder moverse tenía que arrastrarla (jalarla). Sin embargo siempre había alguno que ayudaba a un prisionero a cargar la bola. Ese era el jala bola. Término vulgar que define al adulador profesional.

El dramaturgo francés Moliere, en sus obras presenta personajes reacios (Harpagón, Orgón, Jourdain, Argán, etc.) que sólo escuchan a los zalameros por sus necedades. Estos jalabola, se aprovechan de la condición de este tipo de personas para sacarles todo el beneficio que puedan ya sea económico, político o social. Sin embargo a los ojos de las personas sensatas que se dan cuenta de la situación, son seres despreciables y de nada confiar.

En nuestro cercano ámbito político, nuestro presidente en su orgullo llanero y desmedida egolatría sólo escucha a sus serviles aduladores para obtener de él beneficios inmediatos y corruptos. Lo más alarmante es que a diferencia de los personajes de Moliere, Chávez si pareciera que se da cuenta de las semejantes adulaciones que se le hacen y, lo peor, lo incentiva, creando una nueva casta de usuarios: los aduladores de palacio.

Fuera de estas excepciones irracionales, las personas con sensatez les molestan las adulaciones. El aprecio debe ser pues, honrado y genuino, que realmente a uno le nazca la sinceridad de sus palabras, para poder ser tomado en serio.

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