miércoles, 6 de enero de 2010

El arte de persuadir

El hombre durante toda su vida tiene el deseo de conseguir algo, de querer hacer algo. Para conseguirlo, para lograrlo necesita relacionarse con las personas. La relación con el otro es el mejor de los aprendizajes. Por ello a todos nos interesa conocer los deseos de todos. Reconozco mis deseos sabiendo cuales son los de mi “otro”.

No solamente debemos conocernos a nosotros mismos, debemos conocer al “otro” y para ello debemos conocer sus deseos. Para influir sobre, sobre el prójimo, hay que hablar acerca de lo que ése quiere hacer y demostrarle interés en conseguir su meta.

Todo lo que hacemos en la vida es para conseguir algo de ella. Es el fin de la vida misma. Es el objetivo, la acción por la cual queremos seguir viviendo, existiendo. Pero no hay que escuchar sólo el deseo del otro. También podemos y debemos despertar en ellos otros deseos.

He ahí donde aparece la persuasión. Hablar sobre lo que el “otro” quiere es tratar de persuadirlo. ¿Cómo lograr tal objetivo?

Relaciones humanas: el secreto del éxito está en la capacidad de apreciar el punto de vista del prójimo y ver las cosas tanto desde ese punto de vista como del propio.

Ver desde el punto de vista de la otra persona y despertar en esa persona un deseo ferviente de algo no debe confundirse con manipular a esa persona de modo que haga algo en contra de sus propios intereses. Ambos partidos deben salir ganando en la negociación.

Cuando nosotros entendemos y comprendemos el punto de vista del prójimo, podremos persuadirlo de que haga algo que nosotros queramos. Nunca lograremos influir en una persona si develamos nuestros deseos por delante y encima de los deseos del dialogante. La mayor riqueza no está en el dinero y el materialismo, sino en las relaciones armoniosas y perdurables entre miembros de cualquier tipo de asociación.

Si tenemos un restaurante, y le decimos a la persona que tiene que ir para que presencie lo sofisticado que es nuestro chef vietnamita, hemos cometido un error de persuasión. En primer lugar le dimos una orden, (lo cual es molesto porque no somos su superior) en segunda instancia no pensamos qué quiere él, sino le dijimos lo que somos nosotros. De esa manera será muy difícil que se acerque al restaurante. Pero en cambio si le decimos que si va, gozará con nuevos sabores exóticos, se divertirá con los mesoneros, se deleitará con la música y el decorado, tendrá cordiales obsequios de la casa, la pasará bien y se olvidará por un momento de los problemas del país, entonces hemos despertado en él un deseo de ir y además, seguramente, dejará una buena propina y lo recomendará ¿No era eso lo que queríamos en un principio?

La habilidad para convencer no tiene nada que ver con el grado de instrucción que se tiene. No necesariamente debes tener un título universitario para tener habilidad de saber qué es lo que quieren los demás.

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